martes, 13 de noviembre de 2007

¿De qué te quejás?

El otro día estaba en un boliche y mientras luchaba para hacerme lugar entre el mar de gente que había y lograr llegar al baño me preguntaba a mi mismo: ¿yo no me quejo todos los días de lo mal que viajo en los transportes públicos? ¿No soy la misma persona que dice día a día que es una vergüenza reducirse al nivel de una sardina para llegar al trabajo? Entonces, ¿por qué en mi día libre, el día en que puedo elegir hacer lo que quiero, vengo a un boliche en el que se que voy a estar prensado como ese mismo pescado y no voy a poder moverme?


Es extraño, pero muchas veces nos quejamos de cosas que después terminamos eligiendo. Y a eso, mis queridos chichipios, es a lo que viene la conclusión de hoy “¿de que nos quejamos” Porque el quid de la cuestión en este punto no es: ¿por qué nos quejamos? Eso es bastante sencillo, nos quejamos del calor, de la humedad, de la torpeza, de la haraganería, hay millones de motivos por los cuales quejarse, más en este país.


Pero lo que realmente lleva un análisis es el “de que”. Porque hay un motivo detrás de la queja que no es el obvio sino que va más allá. Con los argentinos es más evidente pero pasa en todos lados. Nosotros podemos quejarnos de que la televisión argentina es una basura, pero no nos quejamos de las malas decisiones políticas que afectan todos los aspectos de nuestra vida. Podemos llenarnos la boca hablando de un técnico de futbol, pero vivimos en una sociedad caníbal, donde no hay reglas y cada uno se las arregla como puede agachando la cabeza y sin abrir la boca. ¿Por qué nos quejamos de ciertas cosas y de otras no?


¿Cual es el patrón? Realmente que podemos quejarnos de los temas más diversos. Desde el precio de las verduras hasta la falta de contenido en un programa de televisión. Es innumerable la cantidad de razones por las cuales caemos en la queja, pero hay algo que nuclea a todas y cada una de ellas. Los medios masivos siempre están relacionados con la queja. Hace falta sólo ver un noticiero dos minutos para enganchar a una vecina de edad, cuyo nombre técnico es: “vieja rompebolas que no tiene nada mejor que hacer”. Que según dice está indignadísima por los robos, la falta de recolección de basura o que está harta de escuchar a Soda Stereo porque vive cerca de la cancha de river.


No es muy difícil pensar en la televisión como un faro quejador que guía las innumerables quejas de nuestras quejosas vidas. Nunca se cansan de mostrar cosas que están mal machacándolas sin descanso en nuestras retinas hasta que las calles arden en insultos. Ojo, no digo que esté mal quejarse de los infinitos baches o de que el sodero no pase a horario, pero se me ocurre tal vez que si enfocamos toda nuestra energía quejadora en eso, quizás no nos quede tanta para quejarnos de los problemas verdaderamente importantes y simplemente terminemos agachando la cabeza y aceptándolos.


Pensémoslo un momento (ya se que pido mucho pero un poquito de voluntad), ¿nunca escucharon un argumento de queja muy similar al que se da en los medios? ¿Por qué usamos la palabra indignación para quejarnos de que las baldosas de la vereda están flojas? ¿No nos están sacando una palabra fuerte para cuando realmente la tengamos que usar? ¿Qué sentimiento vamos a tener cuando pase algo realmente importante? Como por ejemplo: que llueva y tengamos las baldosas flojas en la vereda.


Da la sensación que engrandecer estos pequeños problemas, nos hace ir pasando de uno en otro y nos ayuda a no darnos cuenta del verdadero problema que engloba a todos ellos. Porque si nuestros verdaderos problemas se resolvieran con asfalto, no sentiríamos tantos baches en nuestro camino a convertirnos en una sociedad adulta.