lunes, 7 de abril de 2008

¿Querés un consejo?

¿Nunca les paso de darle un consejo a un amigo para que se levante una chica, o ustedes chicas, contarle a una amiga que tiene que hacer para que un chico se interese en ustedes? ¿Y no coincidía ese momento con el de estar solos o solas como un perro o perra (de acuerdo al género por si no quedo claro)?

Esto nos pasa a todos, desde el que se para atrás del que hace el asado para decirle que hacer, hasta acompañante que le dice al conductor todo lo que hace mal. Todos sabemos que es lo que los demás tienen que hacer, ya sea sobre si le conviene o no el nuevo novio a la martita hasta las políticas que debe aplicar el estado en cuanto a sus relaciones internacionales. Si nos lo ponemos a pensar, en algún punto es pedante y hasta medio gracioso que todos nosotros, sin importar las experiencias previas o la educación que tengamos, sepamos de los más diversos temas sobre los cuales instruir a los que están a nuestro alrededor para mejorar todas sus decisiones.

Pero, en realidad, lo más loco de todo eso no es que siempre seamos los consejeros perfectos de todo lo que nos podamos imaginar. Sino que al llegar a nuestras propias vidas la situación cambia totalmente. Seanme sinceros muchachos, ¿quien está totalmente convencido de las decisiones que toma? ¿Alguien tiene en claro exactamente lo que tiene que hacer? Queda en ustedes responder.
Entonces uno se pone a pensar, ¿estarán estos dos hechos relacionados? ¿La falta de decisión en nuestras vidas tendrá que ver con el hecho de que sepamos lo que los demás tienen que hacer? Y lo que es aun más importante ¿por qué pasa? De todo esto y quizás de algunas cosas más, se tratara la siguiente conclusión sobre este tema que es tan actual como antiguo.

Ahora, pensándolo un poquito, la explicación de todo este tema nos puede resultar bastante obvia. Todos los que pensamos que podemos resolver problemas ajenos los miramos desde afuera, tenemos una visión bastante general y superficial de las cosas lo que hace que solucionar algo sea tan sencillo como decir la obviedad más grande que se nos pueda ocurrir, total no vemos nunca la infinita complejidad interna del problema.

Pero esto, mis queridos y fieles lectores, nos lleva a otra pregunta. ¿Es realmente complicado resolver los problemas, o nosotros nos generamos un mambo totalmente innecesario en nuestro constante esfuerzo por complicar lo que podrían ser unas vidas más que sencillas? Y la respuesta que me doy a mi mismo es tan ambigua como las declaraciones de algunos políticos últimamente, si y no.

Los problemas nunca son difíciles de resolver si los miramos desde la generalidad, pero son tremendamente complicados cuando nos metemos en el tema. Es como cuando te gusta una mina (no podía faltar el ejemplo del levante) y tenés que decidirte a hablarle o no. Sabés que la solución obvia es ir a hablarle, pero ahí entran a jugar otros factores que te hacen dudar, ¿y si me rechaza? Si me quedo acá no va a pasar nada, pero tampoco voy a sufrir el rechazo. Ya quizás la decisión no parece tan sencilla porque vemos los pro y los contra de la situación, que es lo que realmente hace más difícil resolver un problema.

Pero, lo que es importante acá, no es ni quedarse en las generalidades, ni ahogarse en un mar de detalles. Es importante y también infinitamente difícil, buscar un equilibrio entre estas dos cosas. Y ahí es cuando nos puede ayudar la visión de los de afuera, porque ellos, por su mera ubicación, lo ven de afuera. Esto nos da un panorama más amplio de las cosas y juntando su visión con la nuestra, nos es más fácil encontrar la solución.

Así que para ir cerrando este artículo, la idea es que aprendamos a escuchar más, tanto a los demás como a nosotros mismos y ahí tomar decisiones con todos los puntos de vista estudiados. La verdad que esto hay que tenerlo muy en cuenta siempre, porque de la otra manera es como ir por un camino de ripio con el parabrisas todo rajado.