domingo, 22 de noviembre de 2009

Miradas

Diez minutos tarde, la resolana en los ojos y un olor que salía del desagüe que despertaba al más dormido. El día comenzó como todos para Mariano, que como siempre ignoraba todo lo que pasaba a su alrededor encerrándose en su pequeño mundo interno. De todas maneras no había mucho con lo cual conectarse, nada excepto eso que lo había desvelado la noche anterior, y también la anterior a esa y así hasta donde cuesta recordar. Sabe que en ese tedioso viaje la va a ver a ella, eso parecía justificar todo lo demás, es más, lo hacia olvidarse de que lo demás existiera.

Pasaban las paradas y el corazón le palpitaba cada vez más fuerte, respiraba cada vez más profundo. Iban pasando las referencias que él conocía de memoria, la casa con techo alpino, las rejas violetas, el negocio de artículos para piletas. Todo pasaba y él se ponía cada vez más nervioso porque sabía exactamente donde estaba ella y sabía que ya casi estaba por llegar. La boca se le resecaba, el corazón que no paraba, tenía una sensación como de flotar en el aire. Todo eso desapareció de su cabeza en el instante que la vio. Esos ojos negros como la noche, esa sonrisa luminosa, el pelo ondulado, no podía dejar de mirarla, siempre ahí, como si supiera la función que cumple en su día, como si quisiera ponerle color a su vida. Pero tan rápido como vino, el momento pasó. Todo de a poquito volvió a la normalidad, su corazón latido a latido se fue calmando y le fue volviendo la sensación al cuerpo. Un sentimiento que mezclaba la satisfacción y el vacío lo aquejaban, satisfacción de haberla visto y vacío porque faltaban varias horas para volverla a ver.

Informes, papeles, pantallas. El día era como una especie de sueño que no terminaba nunca. Mariano trabajaba de administrativo en una empresa de transporte de mercaderías, llenar containers con alguna cosa y traer alguna otra era básicamente el trabajo del que se había desenamorado hace rato. Ahora era casi mecánico, llegaba, perdía 8 horas de su vida y salía. Por ese intercambio se le ofrecía un sueldo mensual, algo que le sonaría triste a cualquiera si no fuera tan común. Mails, planillas y almuerzo. Lo bueno de tener una rutina tan monótona y estructurada es que después de un tiempo uno se acostumbra y termina pasando casi sin que darse cuenta. Después de hablar con una chica de contaduría de la que hacia meses se había olvidado el nombre, Mariano notó que ya faltaba sólo una hora para volver a su casa. Obviamente la hora más larga de todo el día laboral. El minutero del viejo reloj de pared que miraba a toda la diminuta oficina parecía estar pegado. El estómago se le estrujaba más a medida que se acercaba la hora, no quería que nadie le de algún trabajo o informe de ultimo momento que lo haga quedarse. No dejo pasar un segundo de la seis, todo parecía estar sincronizado, salio con paso apresurado hacia la parada y el colectivo, lleno a tope, pasaba a la hora de siempre. Feliz, intentó abrirse paso entre la muchedumbre, parecía la única persona que esbozaba una sonrisa en tan incómoda situación. El trayecto fue muy tedioso, el tráfico era intenso, lo que a la mañana se podía transitar en 20 minutos, a esa hora exigía más del doble de tiempo. El colectivo era como un juego mecánico que aceleraba y frenaba, aceleraba y frenaba. El maltrato habitual de viajar en la hora pico empeoraba con la tremenda ansiedad que le provocaba saber que iba a volver a verla, ni el aprisionamiento entre la gente, ni el constante bamboleo del micro, ni siquiera el desesperante sonido constante del timbre le importaban, nada lo distraía de pensar en esa celestial figura. Los segundos se hacían horas, cada cuadra era un suplicio, ese momento tan esperado parecía que iba a tardar una vida en llegar. Pero como él bien sabia, más tarde o más temprano todo llegaba, Aunque la mayoría de las veces era más tarde. La muchedumbre le impedía ver para afuera pero el sabía que estaba cerca y trataba de acomodarse de las formas más raras para poder ver. Inclinando un poco las rodillas, doblando su espalda e inclinando la cabeza por entre dos viejas que lo miraban con cara de desaprobación y desprecio. Pero él logró ver la calle justo en el momento indicado, el esfuerzo y la incomodidad valieron la pena. Le parecía imposible pero ahora la veía más linda, más fresca, más llena de vida. Con esa sonrisa que podía derretir hasta el más frío de los témpanos y refrescar el más caluroso de los días y esos ojos que parecían resumir la inmensidad del universo. Pronto pasó ese segundo de felicidad, parecía apropósito pero el único momento del viaje en donde no se estancó el tráfico fue ese. Pero aun así él estaba satisfecho, el viaje de vuelta fue bastante tedioso para todos los pasajeros pero no para él, la sonrisa duró varias cuadras y las imágenes mucho más que eso.

Un nuevo día comenzaba, el despertador sólo sonó una vez antes que Mariano lo apagara. Rápidamente se levanto y se puso la ropa, desayuno fugaz, ni siquiera tomó todo el café. Ya no se podía engañar ni a si mismo, no podía esperar más para verla. En la parada caminaba hacia la calle y volvía para ver si venía el colectivo, la ansiedad no le permitía quedarse quieto. Finalmente el colectivo llegó, no tardó mucho más de lo que debería pero para él fue una eternidad. De un salto subió y comenzó su viaje. Con gran esfuerzo se abrió paso entre la gente, parecía que el anterior no había pasado porque este estaba totalmente completo. No le importo demasiado e intento acomodarse cerca de la ventana. Los puntos de referencia empezaban a pasar, por entre la gente los podía ver claramente. Los que subían intentaban moverlo de su lugar pero el resistía para poder ver la ventana por esa apertura, más de una cara enojada se gano por hacer eso. Pero nada importaba porque el momento estaba por llegar, sabía que en la próxima esquina iba a estar ella. Sus ojos no pestañaron por esos segundos en que el colectivo paso por la gigantografía de aquella céntrica esquina. Recorrió el cuerpo de la modelo que abría el horno publicitado y el resto del tiempo se dedicó a sus ojos soñadores hasta que el campo visual no le permitió verlos más. La sensación de satisfacción volvía y se mezclaba con las ganas de volver a verla.

Se cumplían cuatro semanas desde que se había enamorado de un afiche publicitario. Al principio pensaba que se estaba volviendo loco, que la soledad le jugo una mala pasada y que no podía ser una actitud sana enamorarse de una foto. Pero con el tiempo los prejuicios se fueron disipando y los sentimientos fueron creciendo. Poco a poco se dio cuenta que el sólo pensar en eso le regalaba una sonrisa. Con el tiempo se convirtió en algo que esperar, en algo que lo motivaba a empezar y terminar un nuevo día. A medida que pasaba el tiempo esa imagen lo entusiasmaba más y más, al punto de que sea lo último en su cabeza cuando se iba a acostar, y lo primero al levantarse. Su vida triste y monótona tampoco ayudaba a crear otro incentivo o por lo menos a que ese pareciera menos importante. Su jornada de trabajo pasó sin darse cuenta. Llamados, mails, fechas de entrega que fueron postergadas para más adelante, nada que no hiciera automáticamente. No tuvo registro del trayecto que hizo hasta la parada, podría haber sido tele-transportado hasta allí que su cabeza no lo habría percibido. El colectivo llegó pero tuvo que esperar unos momentos más para subir por la cantidad de gente que había en la parada. Otro viaje amontonado, otro momento incomodo y otro sentimiento de ansiedad por verla a ella. Esta vez el viaje se hizo largo pero no insoportable, ya sabía que todo lo bueno tarda, y era verdad, el momento eventualmente llego. Como siempre su corazón palpitaba a más no poder, la esquina se acercaba, volvió la posición rara, flexionó las rodillas y puso su cabeza por entre una parejita que parecía haberse peleado recientemente porque a pesar de que el colectivo estaba totalmente completo intentaban mantener toda la distancia posible entre ellos. Su mirada recorrió de arriba abajo el cartel, empezando por esos jeans desgarrados, esos pectorales bien marcados y esa mirada desinteresada como de alguien que disfruta del desentendimiento con el mundo. Algo pasó, esa imagen ya no era la misma, de alguna forma ese ángel plasmado en ese cartel se había transformado en un despreocupado joven que usaba jeans pero no remera. Fue como que todo el peso que pudo evitar en esas semanas le cayó todo junto en ese momento. De pronto el colectivo se volvió más incomodo, la gente le empezó a molestar y el viaje parecía demasiado largo. Ya en su casa pensaba en el trabajo que tenía atrasado y en el poco tiempo que tenía para hacerlo. Después de una comida rápida que le quedo atragantada fue a dormir y por un momento los pensamientos que lo abrumaban cambiaron por pensar en ella y en que no volvería a verla.

Llegó más temprano al trabajo, tenía muchas cosas que hacer, el día también pasó rápido pero esta vez tuvo un gran dolor de cabeza al terminar y nada que esperar. El viaje largo y tedioso que lo llevo a casa pareció eterno, pero la soledad de su casa no fue mejor. En ese momento se dio cuenta que lo único que le llenaba la vida era esa imagen. Ese amor ficticio era lo único que le evitaba sentir la depresión de vivir una vida sin emociones ni sentimientos. Esto podía parecer obvio para todo el que lo veía desde afuera, pero para él no lo era, en estas cosas siempre el último en enterarse es uno.

El nuevo día comenzó de una forma distinta, los problemas seguían allí pero había algo que esperar otra vez, iba a averiguar en Internet quien era la modelo del aviso y más importante todavía, si había alguna foto de ella. Debía conectarse en el trabajo porque no tenía ese servicio en su casa. Después de eludir los habituales saludos de sus compañeros se sentó en su escritorio y empezó la búsqueda. No sabía el nombre de la modelo por lo que intento con la marca de las cocinas que publicitaba: “Coribia”. Al introducirla en el buscador se dio cuenta que no era una empresa muy importante, sólo fabricaba para el país y no tenía una gran distribución. En la segunda página de resultados aparecía la página oficial de la empresa. Había mejores, tenía pocas opciones y era básicamente un aburrido resumen de la historia de la empresa que estaba tan mal escrito que parecía haber sido redactado por su propio dueño. Pero una solapa perdida en el burdo diseño fue lo que lo emociono. “Campañas” decía este triste cuadradito que le iluminó la cara de una manera que no imaginaba. Inmediatamente busco entre las fotos que para colmo estaban ordenadas desde las más antiguas hasta llegar a las más actuales. Rápidamente, casi con desesperación clickeaba el Mouse para que vayan pasando las fotos, había fotos tan mal sacadas y descoloridas que le sorprendía que la empresa haya durado tanto. Cuando llegó a la última, respiró hondo e hizo el click que le permitió ver la foto que lejos de tener lo que buscaba exhibía un fotomontaje con una visión desde arriba de la cocina con dos hornallas y las rejas inferiores dobladas como si fuera una sonrisa. Tan decepcionado estaba con esa imagen que sentía que esa cocina se estaba riendo de él.

La semana siguiente se hizo difícil, la rutina era insoportable. No había nada que esperar, todo lo que existía eran las obligaciones, no había gratificaciones en el futuro. La realidad de su vida era abrumadora y no había nada que le posibilitara escapar. Muchas noches se acostó pensando lo que la imagen de ese aviso significaba en su vida, una simple foto representaba la diferencia entre un día gris y desabrido, y un día luminoso y lleno de emociones.

Pasaron los días casi sin distinción. El trabajo era todo lo que ocupaba su vida, eso y el enorme vacío que tenia adentro que lo acompañaba adonde vaya. Lo único nuevo que percibía era que cada vez se sentía peor. Pero, como tantas veces se dijo “todo cambia” y esta no era la excepción. Un día nublado, como casi todos los de ese mes, el viaje en colectivo tuvo una particularidad, casi de milagro había conseguido un asiento, y sin más que hacer miraba por la ventana las publicidades que iban apareciendo en el trayecto. Le llamaban la atención como a todos, pero a partir de lo que le había pasado con la imagen de esa chica les prestaba un poco más de atención. La mayoría le parecían burdas y bastante agresivas, obviamente que la excepción era ella, con esos ojos luminosos y esa sonrisa que le hacia revolver el estomago cada vez que la recreaba en su cabeza. Su mirada no tenía nada de todo eso, era agradable, dulce y parecía invitar a acompañarla en vez de establecer una distancia. Esa sonrisa que parecía repetirse en el aviso de esa publicidad. De pronto se dio cuenta de lo que estaba viendo. ¿Era ella en otro aviso, era la misma mujer que lo había desvelado todo este tiempo, la que llenaba sus pensamientos? El colectivo pasó antes de poder darse cuenta, pero no podía esperar hasta el día siguiente para averiguarlo, así que se abrió paso y con mucha dificultad llegó hasta la puerta. Al bajar, caminando apresuradamente esquivando a toda la gente que parecía ir toda para el lado contrario. Finalmente llegó a la esquina donde había visto el afiche, respiró hondo porque hacia mucho que no corría y su corazón parecía querer recordárselo. Cuando recuperó el aliento levantó la mirada y su corazón empezó a latir tan fuerte que parecía querer escaparse, no lo podía creer, era ella la que estaba en ropa interior en ese gigantesco cartel. Rápidamente se sonrojó, y no era por la corrida, sino porque este aviso era de lencería. Esa sonrisa y esos ojos celestiales competían por su atención con un cuerpo tan firme y transpirado que parecía estar en llamas. Mariano sentía muchísimo calor, para él esta situación era equivalente a estar en la intimidad con ella más allá que en la realidad estaba rodeado de personas. Después de pasar media hora admirando el cartel volvió a su casa, aunque la imagen tardo mucho más tiempo en abandonar su cabeza.

La mañana llegó con muchísima energía, después de un rápido desayuno salió temprano hacia la parada. El colectivo que siempre tomaba no pasaba por el cartel a la ida, así que a pesar que debía caminar unas cuadras más decidió tomar otro que si lo hacia. El viaje parecía rememorar viejas épocas, esa vieja excitación, ese corazón que palpitaba cada vez más fuerte a medida que se acercaba. Esta vez no había referencias que él conociera por lo que el cartel podía llegar en cualquier momento. No había conseguido asiento, así que tenía que estar inclinado para mirar hacia afuera lo que no resultaba muy cómodo. Finalmente y cuando estaba forcejeando con una señora que quería bajar fue cuando ella entró en escena. Todo lo del alrededor pareció esfumarse. Esas curvas perfectas, esa mirada que mezclaba lo angelical con el deseo, pronto se sintió acalorado aunque la ventana que tenía delante estaba completamente abierta. Ese momento íntimo que estaba viviendo se vio perjudicado por un triste comentario que escuchó detrás de él. “La parto a la mina esa” fue lo que llegó a sus oídos. Cuando Mariano se dio vuelta vio el hombre robusto y con serios problemas de higiene que dijo eso. Su mirada desafiante no le agradó demasiado a este extraño personaje, pero ninguno de los dos dijo nada con palabras por el resto del viaje.

Todo el día su mente rondó por ese momento de su vida, hasta a él mismo le parecía raro haberse sentido celoso de una foto pero no podía evitarlo. La imagen mental en la que se veía en la intimidad con la chica se veía interrumpida por la imagen de este mono afeitado del colectivo. Era como que se metía entre medio de su relación y ese sentimiento de celos pronto se transformó en odio. Lo único que aliviaba esa tortura, era la idea de que a la vuelta volvería a verla, y así fue, pero algo que no esperaba sucedió. En el mismo instante en que estaba concentrado admirando esa inmensa belleza se escucho una voz un poco aguda que comento: “Mamita, te parto en ocho”. Al darse vuelta totalmente sacado, Mariano vio un grupo de estudiantes de secundario festejando la ocurrencia del que parecía ser el autor de la frase. La cara de Mariano cambio totalmente la expresión de su cara. Cuando recupero la conciencia estaba agarrando del cuello a ese impertinente chico rodeado de las miradas atónitas de los pasajeros del colectivo. Al bajarse y respirar un poco de aire alzó la mirada para ver el cartel, esta vez el sentimiento de cariño y excitación se vio desplazado por un sentimiento de culpa y miedo. ¿En qué se había convertido? En un loco que se creía dueño de la imagen de una gigantografía y que celaba a una chica que no conocía y que posaba semidesnuda ante miles de personas. Mientras reflexionaba sobre este aspecto no podía evitar mirar a la gente que pasaba y que al observar el cartel ponía cara libidinosa. Él sabía lo que estaban pensando y no podía evitar volver a sentir esa furia que nacía desde sus entrañas. En un dejo de racionalidad decidió volver a su casa para evitar mayores problemas. Cuando llegó allí el pensamiento no era el habitual, ahora lo que inundaba su cabeza era la pregunta de que iba a hacer con eso que lo abrumaba. Estaba enamorado de una foto que encima celaba. ¿Se estaba volviendo loco?

Al otro día no fue a trabajar, decidió quedarse estáticamente parado en esa esquina mirando la imagen de esa preciosa mujer. Muchos sentimientos lo invadían, casi peleaban dentro de él, ese amor y deseo se enfrentaban ferozmente con la autocompasión y el enojo de no poder tenerla para él sólo. A medida que transcurrían las horas y pasaba más y más gente por esa céntrica vereda, ese sentimiento terminó ganándole a todos. Ella no podía ser de otros, tenía que ser para él sólo.

No fue al trabajo tampoco al día siguiente, no salió de su departamento salvo por un pequeño lapso en el que fue a comprar algunas cosas en la ferretería. Ya entrada la noche decidió salir. Caminó cuadras y cuadras y luego se sentó en un pequeño cantero. Para cualquiera que pasaba por allí era un corredor que estaba descansando. Pasó un rato hasta que alguien se dispuso a entrar al edificio que estaba justo enfrente. Inmediatamente Mariano se paró y corrió hacia allí. Llegó en el momento en que esta persona estaba cerrando la puerta. Mientras la sostenía le dijo que se había olvidado llaves en casa cuando salio a correr. Muy cordial su supuesto vecino lo dejó pasar y tuvieron una típica charla rápida hasta el ascensor donde la persona que verdaderamente habitaba en el edificio apretó primero el botón. Mariano apretó el botón de un par de pisos más arriba mientras seguía quejándose del clima pesado. Ni bien se bajo el otro pasajero, Mariano apretó el último piso en la botonera del ascensor. Al bajar se encontró con una especie de depósito donde había grandes tachos de basura y una vieja puerta de chapa. Se dirigió hacia allí y comprobó que la puerta estaba cerrada. Forcejeo un poco hasta que se safó el viejo picaporte y lo tiro con fuerza hacia donde estaban los tachos. Al pararse notó en la pared un clavo con una llave tan vieja como la puerta. Lo tomó y sin poder creer su suerte abrió la puerta para salir a la terraza del edificio. Al subir la cabeza pudo observar la enorme estructura que sostenía la imagen que tanto había dado vueltas en su cabeza. Inmediatamente abrió su campera y sacó una larga soga que se puso al hombro. A un costado de la estructura se podía ver una angosta escalera de metal que llevaba hasta arriba, una vez ahí pudo ver que la lona que llevaba la imagen de la chica estaba aferrada a la estructura por una soga que pasaba por los ojales que tenía a lo largo de su parte superior. Sacó de su bolsillo una agarradera como la que usan los escaladores y la engancho a la escalera lateral, luego desenrolló la soga y que llevaba al hombro y ató un extremo a la agarradera y el otro a su cintura. Se paró sobre la escalera superior que tenía el mismo ancho que la lateral pero estaba en forma horizontal a lo largo del cartel. Su corazón latía casi tan fuerte como la primera vez que vio la imagen. Muy despacio caminó por la estructura liberando de la soga cada uno de los ojales. Respiraba fuerte pero se tomó la operación con muchísima calma para no desestabilizarse, más allá de estar atado a la estructura un error allí podía ser fatal. Cerca estaba el final de la estructura, ya faltaba poco para que sea suya y de nadie más. Se había pasado todo el día fantaseando en donde iba a poner semejante imagen, después de mucho deliberar la idea ganadora fue ponerla a lo largo del techo de su habitación, de esa manera podría dormirse mirando a esos inmensos ojos. Esbozó una sonrisa al ver que sólo le faltaban dos ojales más cuando de pronto escucho una voz que venía de la terraza. “¡Eh, que está haciendo ahí!”, dijo el encargado que había salido a fumar se había encontrado con un particular espectáculo. El hecho le hizo perder la concentración a Mariano que resbaló y cayó hacia el vació aferrándose a la soga que tenía en la mano. La otra soga, la que lo aferraba a la estructura, se safó rápidamente con el tirón por estar mal atada, pensó que nada iba a salvarlo de estrolarse contra el piso, fue en ese momento en que sintió un fuerte tirón en el brazo. La soga a la que se aferraba había amortiguado su caída aunque tan pronto como se desataron esos últimos ojales cayó al piso junto con la abrumadora imagen que lo tapó completamente.

Al abrir los ojos, Marino tardo unos segundos en entender que sucedía. Pronto, el yeso en su brazo derecho le dio la pista de que estaba una habitación del hospital. En ese momento entró la enfermera que tenía los ojos más lindos que él había visto. Cuando lo vio despierto ella sonrío, fue allí cuando para él toda la habitación se llenó de luz.