jueves, 22 de mayo de 2008

El por qué del para qué

A todos nos paso en algún momento. Esas noches de depresión en las que las chicas se matan comiendo helado o algo dulce y los hombre…bueno, nos matábamos con otras cosas y dábamos vueltas por nuestras cabezas como si fuéramos a encontrar la respuesta escondida en alguna oscura esquina de nuestra mente. Pero por más vueltas que demos y por más perdidos que estemos, la respuesta nunca aparecía a esa pregunta que nos acompaña desde el principio de los tiempos, esa pregunta por la que se escribieron bibliotecas enteras y que en nuestro desesperado intento por responderla acudimos a las teorías más locas y diversas. La pregunta que es casi tan vieja como nuestra existencia: ¿para qué estamos acá?


No me pueden negar que esta pregunta nunca rondó por sus cabecitas locas. ¿Por qué alguien nos dio conciencia y nos trajo a este mundo lleno de maravillas cotidianas? Es como que alguien se tomo demasiadas molestias sólo para que estemos, ¿no? Tiene que haber algo más ¿no? Tenemos que estar acá por alguna razón ¿no?... ¿no? Yo entiendo que esta pregunta fue analizada por millones de personas mucho más inteligentes que yo y sigue sin respuesta aun después de eso, pero, para tranquilidad de un montón de filósofos que por las dudas ya se estaban revolcando en sus tumbas, no me voy ni a molestar en responderla.


Porque en realidad la intención de esta conclusión no es enfocarse en esa pregunta sino en otra que está directamente relacionada y que podrán adivinar simplemente leyendo el título de este post: “¿El por qué del para qué?” Hace poquito charlaba con un amigo sobre algo que había leído de un escritor que decía algo así como que buscarle el sentido a la vida era como encontrarle lógica a algo totalmente irracional. Me pareció interesante su conclusión pero más allá de eso me quedé intrigado, porque me había percatado de algo que conocía pero que nunca había percibido. Esa obsesión del hombre por encontrarle un sentido a la vida tenía, quizás a diferencia de la anterior, un razonamiento lógico atrás. Y ya que estamos en este asunto de sacar conclusiones simpáticas de cosas complejas, me dispuse a averiguarlo.


La vida no es racional como decía este escritor, del que no recuerdo el nombre, pero nuestra vida si lo es. La vida que construimos para nosotros mismos se rige casi en su totalidad por la razón. Sabemos que de acuerdo a las decisiones que tomemos tendremos consecuencias que siempre son las mismas, no varían. Sabemos que nacemos pequeños, crecemos, tenemos hijos y luego morimos; Y eso es lo lógico, lo que tenemos preestablecido. Pero, ¿qué pasa cuando este orden lógico se choca con la irracionalidad? ¿Qué pasa cuando un chico muere, o cuando un padre sobrevive a su hijo? Hay algo extraño ahí, esa superestructura que construimos pierde su sustento y se nos cae en la cabeza como un tremendo terremoto que destruye todo lo que construimos durante tanto tiempo.


Aunque a veces, sin llegar a los extremos de los ejemplos anteriores, nos encontramos cara a cara con esta irracionalidad. Tarde o temprano la vida logra sacarnos de nuestras casillitas prefabricadas y ponernos cara a cara con la realidad. Esa realidad que nos aterroriza constantemente, a la que tanto miedo le tenemos. Pero, ¿por qué es eso? ¿Por qué construimos todo un mundo para escaparnos, o al menos intentarlo, de esa aterradora realidad?

Y acá es cuando tenemos que ponernos una mano en el corazón y pensar. ¿Podríamos salir a la calle todos los días si nos ponemos a pensar todo el tiempo en que quizás no vamos a volver? ¿Amaríamos a alguien si somos concientes de que lo vamos a perder o él nos va a perder a nosotros? De pronto una vida simple se puede transformar en complicada si somos concientes de que cada respiro que damos puede llegar a ser el último.


Es raro pero a medida que “evolucionamos” como especie, vamos “involucionando” en nuestro contacto con la cruda realidad. Esa que, tarde o temprano, nos toca el hombro y nos hace acordar que siempre estuvo ahí, por más empecinados que estemos en ignorarla.


Este miedo es el que nos hace escaparnos y nos hace pensar diferente. Es como una especie de combo indeseable que viene con la razón, el hecho de ser concientes que vamos a morir tarde o temprano. Y esto de pensar que estamos más allá, que no somos sólo una cuenta regresiva sino que tenemos otro propósito en la vida, es una especie de escapatoria a todo esto.


De alguna manera, el mirar para arriba y pensar que podemos alcanzar las estrellas con las manos, nos hace olvidar por un momento lo cercanos que estamos del suelo.