jueves, 12 de mayo de 2022

Harapos

Jorge vivía en la calle hacía ya varios años. Casi ni recordaba las razones por las que estaba ahí, sí tenía recuerdos perdidos de un pasado diferente, en una casa grande, un perro y una mujer. Con los años los recuerdos se hacían más difusos y más le costaba distinguir lo que imaginaba de lo que realmente había pasado. Sus paradas eran unas pocas, las iba variando a medida que lo corrían o se inundaban y ya no eran buenas opciones para dormir. A pesar de lo poco que tenía, su vida era tranquila. Sus mayores preocupaciones surgían por momentos donde faltaba la comida, pero de alguna forma, tarde o temprano, algo aparecía para apaciguar el estómago. Pero todo eso se alteró cuando un joven y prestigioso diseñador se cruzó en su camino.

Ya lo había visto un par de veces cruzar por una de sus paradas, se destacaba del resto por su particular vestuario, algunas veces había notado que había incorporado a su ropa envolturas de caramelos, partes de botellas de plástico y hasta neumáticos usados. Eso le llamaba la atención, incluso hasta le caía bien. Pero uno de esos días se le acercó, nadie hacia eso, la mayoría de la gente esquivaba la mirada y pretendía que no estaba allí. Este hombre no sólo lo miro por un rato largo sino que se acercó a hablarle. No se acuerda exactamente qué le dijo, pero si que después de una extraña perorata le ofreció un buen dinero por comprarle la ropa que llevaba puesta en ese momento. El miró los harapos que llevaba y no entendía mucho, pero mirando el dinero aceptó la oferta.

Después de volver a vestirse con algo de ropa que le quedaba en el fondo de su changuito cachivachero decidió utilizar el dinero para pagarse una noche en una pensión cercana que lo había aceptado en otras oportunidades. Una ducha caliente y una suculenta cena no le harían mal a nadie. Ya acostado en un colchón hundido, pero que era un colchón de plumas comparado con los cartones y colchas en los que dormía a diario, se puso a pensar en el pobre diseñador que había comprado su ropa. Había visto locos en la calle, predicadores, algunos que se creían dioses egipcios reencarnados, hasta uno aseguraba que había venido de Plutón, pero nunca nadie como él. De lo único que estaba seguro era de que nunca más lo volvería a ver.

Y pocas veces alguien pudo estar más equivocado, porque a los pocos días, en un diario que estaba rompiendo para ponérselo dentro de los zapatos y darse calor, vio su foto junto a un artículo que contaba acerca de una nueva tendencia en el mundo de la moda. No leyó mucho más que eso, sólo le sorprendió volverlo a ver. Sólo en algunos días más volvió a sorprenderse cuando empezó a ver gente por la calle vestida con ropa muy similar a la que le había dado al diseñador, casi copiado, pero lo que más lo sorprendió es que no era gente que vivía en la calle como él, era gente que tenía casa propia y otra ropa, y en algunos casos hasta varias casas.

Para él esta tendencia no tenía sentido, y no terminaba allí, la gente no se conformaba solo con vestirse como él, al poco tiempo empezó a querer dormir donde él dormía, como si fuese una especie de vacación exótica. Él veía anuncios de viajes en las calles, con playas exóticas y viajes de ensueño, le costaba creer que un callejón mugriento pudiera competir con eso. Poco a poco esta moda fue creciendo y muchas noches él mismo no encontraba sitio para dormir en la calle, la gente iba en parejas, en grupos más grandes, e incluso otros vagabundos se ofrecían como guías para hacerle vivir a la gente una “experiencia callejera”. No podía creer el espíritu emprendedor de sus compañeros. El loco que se creía Ramsés conectaba San Telmo con el Nilo en dos frases, y el de Plutón organizaba avistamientos nocturnos sobre el puente ferroviario de Díaz Vélez.

Era una locura pero con el tiempo la gente hasta llegaba a pagar grandes sumas para pasar la noche en la calle sufriendo las inclemencias del tiempo, teniendo un techo y una cama en perfectas condiciones en sus casas.

La gente constantemente buscaba nuevas maneras para llegar a tener una experiencia completa, varios le ofrecieron comprarle el carrito y todas sus pertenencias, que consistía básicamente de cosas brillantes, cámaras y celulares rotos, y algunas cosas extrañas que le llamaron la atención. Muy pocas servían para algo o tenían algún valor, pero eran sus cosas. La gente a la que rechazaba no podía entender eso.

Los días pasaron y los únicos lugares que encontraba disponible eran lugares lejos del reparo del viento o que no tenían un techo, por lo que muy a su pesar tuvo que aceptar la oferta y vendió sus pertenencias para volver a la pensión. Se sentía raro, ya la calle no era su lugar, estaba llena de gente como él que no sabía bien como eran las cosas. En la basura sólo encontraba cosas nuevas o con muy poco uso, como ropa, trajes, hasta grandes muebles y colchones que todavía tenían olor a nuevo.

Él siempre supo adaptarse a las situaciones que la vida le presentaba, por lo que decidió hacer lo mismo con esta situación, consiguió un buen traje de la basura junto con una corbata y unos zapatos que prácticamente estaban nuevos y decidió ir a pedir trabajo. No fue fácil, hurgar conteiners de basura por más de veinte años no ayudan a la hora de completar un buen curriculum pero con el tiempo y las sucesivas entrevistas se contactó con una pequeña empresa que necesitaba un cadete y estaba dispuesta a arriesgarse con él, especialmente después que la mayoría de la gente llegara vistiendo harapos y con su olor nauseabundo apestaran el lugar. Quizás ellos estaban contentos simplemente con el hecho de que sea el único de los candidatos que se haya bañado esa semana, pero consiguió ese trabajo y se esforzó duro por adaptarse. No era bueno hablando con la gente, pero si conocía muy bien las calles y llegaba rápidamente a cada entrega. Poco a poco se fue ganando la confianza de sus compañeros y superiores que llegaron a efectivizarlo. Consiguió alquilar un departamento a pocas cuadras de su trabajo, ayudó que los precios de los alquileres en el centro bajaran considerablemente después de que muchos inquilinos transformaran sus elegantes departamentos en depósitos de chatarra.

La mayoría de las mañanas se levantaba agitado, generalmente por sueños que había tenido la noche anterior donde le robaban sus cosas y le invadían el espacio donde estaba durmiendo en la calle. Pero cuando abría los ojos volvía a encontrarse en la cama de su departamento. Le costó varios meses poder dormir tranquilo una noche entera. Es que era difícil creerlo, sólo unos meses atrás dormía en la calle y ahora tenía ropa limpia, un departamento y hasta un trabajo. Salía a la calle y veía aun durmiendo ahí a algunos de los que seguían la moda, cada vez con menos adeptos. Algunos por el invierno, otros porque se aburrieron y muchos porque no tenían opción, el desagradable aspecto que adquirieron y el desorden en su vida en general hizo estragos, perdieron el trabajo y hasta sus parejas.

Hasta el diseñador que puso en marcha toda esta “contra cultura” si podría llamarse así, irónicamente terminó vestido con el mismo estilo que lo hizo tan famoso. El éxito lo alejo de otros diseñadores que no estaban de acuerdo con su enfoque o simplemente estaban celosos de todo lo que había logrado. Y la industria en general le cerró las puertas furiosa por todo el daño económico que había hecho usar materiales reciclados y diseños que cualquiera podía reproducir, en lugar de lo que comúnmente hacían que costaba muchísimo más y pagaba los sueldos de todos.

Jorge no lo pensó en su momento, quizás no lo piense nunca, pero él fue uno de los pocos que sacó rédito de todo esto, y eso posiblemente pudo ser así porque supo adaptarse a lo que la vida le puso adelante, en vez de subirse ciegamente a las modas impuestas por los demás.