lunes, 6 de octubre de 2008

El enemigo oculto

Se sirvió una de sus mejores vinos y se sentó frente a la chimenea en su batón rojo para disfrutar de una buena lectura. Gregorio sorprendido leyó en la novela que tenia en sus manos, en la que el protagonista estaba haciendo exactamente lo que él estaba haciendo. Totalmente anonadado miró la tapa del libro que decía en letras doradas “El enemigo oculto” y casi tan asustado como expectante siguió leyendo el libro. Todo parecía en silencio hasta que alguien tocó a la puerta. Gregorio oyó dos golpes en su portón de madera así como auguraba la novela. Lo que estaba sucediendo llegaba más allá de su comprensión, pero aun así la curiosidad pudo más y decidió ir a ver quien era. Se detuvo unos segundos ante la puerta para tomar coraje y abrió la puerta de golpe como quien se saca un apósito. Nada se vislumbraba en la fría noche. Rápidamente cerró la puerta, no sin olvidar ponerle candado y volvió a su lectura. Sus manos temblorosas apenas podían sostener el libro. El recién llegado no iba a entrar por la puerta, sino que solamente intentaba distraerlo. Su entrada iba a ser por la ventana que había dejado apenas abierta en la sala de lectura. Gregorio sube la cabeza y ve las cortinas moviéndose por el viento que dejaba pasar la ventana abierta. Atinó a cerrar la ventana, pero el peligro era inminente, el enemigo ya había entrado y estaba esperando atento para atacarlo por la espalda. No podía darse el lujo de quedar de espaldas a nada, por lo que se puso contra la pared y lentamente fue arrastrándose hasta llegar a la chimenea. Tomo la vara que sirve para mover las brasas y acercó el libro. Ya nada podía hacer para salvar su vida, el destino ya estaba escrito, y el enemigo estaba frente a él. Gregorio levantó la mirada y vio su reflejo en el espejo que tenía enfrente. Tiró la vara intentando atinarle a su enemigo. El espejo estalló en mil pedazos que penetraron en el indefenso cuerpo de Gregorio, dejándolo desangrar en el piso. Con sus últimas fuerzas toma el libro en sus manos. Cuando el enemigo es uno mismo, cualquier intento de escape no es más que una ilusión.

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